lunes, 28 de abril de 2008
Un Cuento Ácido
(Inspirado en hechos reales)
Juan tenía muy mala suerte, quizás un mal de ojo o simplemente algún tipo de imán para que le sucedieran todo tipo de desgracias. Últimamente todos los días le pasaba la misma .
Todas las mañanas acostumbraba a pasear por la playa. Aquello le reconfortaba y le hacía sentir muy bien. Con los pies descalzos y sus zapatos de mil euros en la mano, miraba hasta donde terminaba el mar e imaginaba un mundo más feliz del que él conocía.Pero como todos los días una ola gigante lo arrastró al mar, engulléndolo hasta dejarlo sin aliento.
Se preguntarán cómo era posible que Juan, sabiendo lo que le iba a suceder, continuara caminando todos los días por aquel lugar sin miedo aparente. La respuesta era bien sencilla: Jorge siempre estaba allí para salvarlo.
Para los dos era un placer sentir todos los días la sensación de ser salvador y salvado. En sus muy comunes vidas era lo poco que podían pedir y lo mucho que para ambos significaba.
Aquel día algo cambió en el esquema habitual de su rutina. Juan como siempre, fue engullido por la ola y como siempre Jorge lo salvo, pero en aquella ocasión no pudo rescatar los zapatos. Juan entró en cólera, cómo era posible que haciendo todos los días lo mismo no hubiese rescatado su preciados zapatos. Así que en aquella ocasión no se abrazaron, ni hubo el menor atisbo de agradecimiento por parte de Juan.
Jorge por su parte se sentía mal por no haber conseguido rescatar aquellos zapatos, por lo que intentó recompensar a su amigo comprándole un par nuevo. Al día siguiente se los daría y todo volvería a ser como antes. Con esta idea cruzó la carretera que llevaba a la zapatería, con la esperanza de que todo volvería a ser como siempre.
Al día siguiente, como era habitual Juan salió de casa hacia su paseo matinal. Esta vez iba descalzo, cosa que no le agradaba, pero ya tenía un nuevo plan contra su mala suerte. A partir de ahora siempre iría descalzo en su camino junto al mar, no fuese que el mar se tragase otro nuevo par de zapatos. Ya los compraría por la tarde, sí por la tarde, serían sus geniales zapatos de tarde.
Así que como todos los días la ola lo engulló y mientras lo dejaba sin aliento Juan esta vez no notó la mano amiga de Jorge agarrándolo. Mientras se ahogaba en el inmenso mar sintió ira, cólera y enfado. ¿Quién se creía Jorge para no acudir a su cita diaria? Jamás le dirigiría la palabra. Eso seguro.
Jorge no tuvo tanta suerte como la que tenía Juan todos los días. Nadie estaba allí para salvarlo aquella tarde cuando cruzó la carretera tan contento con los zapatos recién comprados.
Todas las mañanas acostumbraba a pasear por la playa. Aquello le reconfortaba y le hacía sentir muy bien. Con los pies descalzos y sus zapatos de mil euros en la mano, miraba hasta donde terminaba el mar e imaginaba un mundo más feliz del que él conocía.Pero como todos los días una ola gigante lo arrastró al mar, engulléndolo hasta dejarlo sin aliento.
Se preguntarán cómo era posible que Juan, sabiendo lo que le iba a suceder, continuara caminando todos los días por aquel lugar sin miedo aparente. La respuesta era bien sencilla: Jorge siempre estaba allí para salvarlo.
Para los dos era un placer sentir todos los días la sensación de ser salvador y salvado. En sus muy comunes vidas era lo poco que podían pedir y lo mucho que para ambos significaba.
Aquel día algo cambió en el esquema habitual de su rutina. Juan como siempre, fue engullido por la ola y como siempre Jorge lo salvo, pero en aquella ocasión no pudo rescatar los zapatos. Juan entró en cólera, cómo era posible que haciendo todos los días lo mismo no hubiese rescatado su preciados zapatos. Así que en aquella ocasión no se abrazaron, ni hubo el menor atisbo de agradecimiento por parte de Juan.
Jorge por su parte se sentía mal por no haber conseguido rescatar aquellos zapatos, por lo que intentó recompensar a su amigo comprándole un par nuevo. Al día siguiente se los daría y todo volvería a ser como antes. Con esta idea cruzó la carretera que llevaba a la zapatería, con la esperanza de que todo volvería a ser como siempre.
Al día siguiente, como era habitual Juan salió de casa hacia su paseo matinal. Esta vez iba descalzo, cosa que no le agradaba, pero ya tenía un nuevo plan contra su mala suerte. A partir de ahora siempre iría descalzo en su camino junto al mar, no fuese que el mar se tragase otro nuevo par de zapatos. Ya los compraría por la tarde, sí por la tarde, serían sus geniales zapatos de tarde.
Así que como todos los días la ola lo engulló y mientras lo dejaba sin aliento Juan esta vez no notó la mano amiga de Jorge agarrándolo. Mientras se ahogaba en el inmenso mar sintió ira, cólera y enfado. ¿Quién se creía Jorge para no acudir a su cita diaria? Jamás le dirigiría la palabra. Eso seguro.
Jorge no tuvo tanta suerte como la que tenía Juan todos los días. Nadie estaba allí para salvarlo aquella tarde cuando cruzó la carretera tan contento con los zapatos recién comprados.
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